
¿No te lo crees? La explicación puramente científica es larga y compleja, pero te voy a explicar porqué tenemos a un cavernícola dentro de cada uno de nosotros. Realmente, nuestra fisionomía, sigue siendo -aún con grandes avances-, la misma que la de nuestros antecesores. Lo que ha cambiado es nuestro mundo y modo de vida.
Al principio, la alimentación era puramente un acto de supervivencia. Cuando los humanos primitivos comían, era un acto absolutamente funcional, es decir, respondía a la función de alimentar su organismo para sobrevivir otras noches al frío, para obtener energía para la caza o para aguantar el embarazo. La alimentación estaba -y está- muy unida a nuestras hormonas. En aquellos momentos, alimentarse era un seguro de vida, y la mente está presente en cada acto de la vida.
Algo de ello ha pervivido en nuestro ADN, sólo que ha ido cambiando de forma sustancial. El comienzo de la alimentación como “gula” o como “capricho” comenzó a surgir ligado al comienzo de los tiempos en los que existía el exceso de alimento. Nuestra supervivencia no dependía de comer o no, sino que teníamos pequeñas reservas de trigo, de salazón o de lo que fuera en las despensas. En esos momentos en los que la mente podía estar algo más relajada, y no temía por que su supervivencia dependiera de comer o no comer, comenzamos a comer por gusto. Desde la antigua Mesopotamia hasta la actualidad, se mantiene el acto de alimentarse de forma no funcional.
¡Ojo! Que esto no significa que debamos adoptar una mente de alimentación por pura supervivencia. Pero si, vamos a entender qué sucede dentro de nuestro sistema hormonal, para que a veces tengamos esos sentimientos incontrolables con la comida.
Cuando el ser primitivo comía, experimentaba un “subidón” de muchas hormonas, entre ellas la dopamina, hormona asociada a la felicidad y a la adicción. Se sentía saciado y feliz de asegurar su supervivencia. Esto se ha mantenido en nuestro código genético, y es así que cuando comemos algo, nuestro cerebro libera también cantidad de hormonas que el cerebro convierte en emociones. Es por ello que mientras comemos estamos liberando muchas hormonas que mandan el mensaje al cerebro de “estoy fenomenal”. Pero cuando paramos de comer, ese envío de información cesa y el cerebro siente una caída en picado de los niveles de dopamina-felicidad. Además, sentimos más esa sensación cuando comemos alimentos densos y grasosos ya que primitivamente, aseguraban más calorías en nuestro cuerpo por largo tiempo y por lo tanto, más supervivencia. Por lo tanto, cuando comemos, existen dos momentos hormonales distintos. Mientras estoy comiendo, estoy liberando dopamina, que hace que me encuentre feliz y lleno. Pero al terminar, esas hormonas “de la felicidad” que estaban en lo alto de la cúspide, bajan de golpe y se elevan otro tipo de hormonas asociadas a la fatiga, al cansancio y al malestar (esa “pesadez” bien conocida por todos, ¿cierto?). Por si fuera poco, cómo sabemos que no necesitábamos tanta comida, nuestra mente comienza a aumentar las hormonas de la depresión y la tristeza, esto es, a lanzarnos mensajes de arrepentimiento: la famosa culpa.
Todo esto significa que realmente, seguimos teniendo “activo” el sistema primitivo, sólo que ha cambiado. Antes, no existía esa bajada hormonal, ya que realmente, era necesaria para la supervivencia. Actualmente, prácticamente comemos sin conciencia de “alimentarnos”, de modo que esa función hormonal está pasivamente alterada. Experimentamos la subida hormonal inicial, pero también la bajada.
Aprender a alimentarse bien, significa entender que lo que estamos comiendo es nuestro sustento, y que además debemos disfrutarlo, y buscar consumirlo en un equilibrio entre saludable y que nos guste. Pero también hay que saber cuánto necesito, y sobretodo, saber parar al estar saciado. Las comidas principales del día, son momentos para alimentarnos bien, no para darnos caprichos. Los caprichos y premios, deben tomarse de forma ajena a ellas, o bien como una cena especial o una comida especial. Debemos pensar en nuestras comidas como los pilares de mi día. Nuestra comida se acaba transformando en nuestras células. Piensa, ¿de qué tipo de alimentos quiero que estén formadas mis células? ¿De qué quiero estar construido?
Mis células son las responsables de absolutamente todo. Mis células van a hacer que pueda entrenar, y cada vez de mejor forma, que sea más fuerte, más resistente, más flexible, más saludable. Pero también mis células se convierten en mis pensamientos y sentimientos, ya que el cerebro envía información constantemente.
Depende de mí alimentarlas de forma saludable para ser quien quiero ser.
Ahora ya sabes de dónde vienen esas emociones que todos experimentamos en algún momento. Intenta identificarlas, y analizarlas sin juzgarlas. Comienza a entender-controlar tus emociones.